Rothko

"Tengo miedo", pensó Samuel mientras caminaba por el pasillo oscuro de la antigua mansión heredada de su abuelo. La única luz provenía de la luna que se filtraba por las ventanas cubiertas de polvo y mugre. La mansión estaba llena de susurros, chillidos y sombras. Samuel, apasionado por el arte, había oído hablar desde niño de un supuesto cuadro de Rothko que guardaba su abuelo en algún lugar del gran caserío como un tesoro nunca antes visto. Ahora, como adulto, se encontraba parado en ese lugar, buscando una prueba de la existencia de la pintura que había obsesionado su imaginación durante años.

Cada paso que daba en la oscuridad resonaba en el suelo de madera crujiente. Samuel avanzó con cuidado, tratando de no hacer ruido. Llegó a una puerta cerrada, que abrió con un chirrido. La habitación estaba completamente a oscuras, pero Samuel sabía que tenía que entrar para investigar qué se podría encontrar, en esa que por curiosidades de la vida, se encontraba en el rincón más inhóspito de aquella casa. Cuando entró, su corazón dio un brinco. En el centro de la habitación, iluminado por la luz de la luna que se filtraba por una ventana rota, estaba el cuadro de Rothko.

El lienzo era una explosión de colores, un abismo de emociones contenidas en capas de rojo, negro que se asimilaban a aquellas referencias dantescas del infierno y sus entradas en el mundo vivo. Samuel quedó petrificado por la obra de arte. Su belleza era abrumadora, pero también emanaba una inquietante sensación de miedo, violencia, inquietud, tristeza y melancolía.

Sin poder resistirse, se acercó al cuadro y extendió la mano para tocarlo. En el momento en que sus dedos rozaron la superficie, sintió que algo recorría su cuerpo. Un escalofrío lo invadió, y de golpe un ruido resonó detrás de él. Era la puerta. Se volvió rápidamente y vio una figura oscura parada en la puerta. Era una mujer alta, delgada, muy bella con un vestido de rojo.

"¿Quién eres?" preguntó Samuel, inquieto.

La mujer no respondió. En cambio, dio un paso hacia adelante, hacia la luz de la luna, revelando su rostro pálido, hermoso y sereno. Samuel la reconoció de inmediato. Era el retrato de una mujer que había visto en la habitación de su abuelo, que una noche se esfumó sin dejar rastro, como si nunca hubiese existido. Era la última mujer que su abuelo añoró, la historia que jamás se volvió a contar en su familia, la última verdadera propietaria de aquella gran mansión y de los sentimientos del abuelo, la coleccionista de arte, la amante de Rothko.

Sin decir una palabra, la mujer se acercó a Samuel y le tomó de la mano. La conexión entre ellos era indescriptible, como si tuvieran un pasado conectado por la pintura misma. Juntos, contemplaron el cuadro de Rothko, mientras Samuel sentía que se detenía el tiempo, y sus ojos se sumergían en el rojo intenso, que al mismo tiempo quemaba su piel.

Una historia de su vida junto a su ancestro empezó a reproducirse frente a sus ojos, una que trascendía el tiempo y el espacio. Cuando finalmente apartó la vista del cuadro y miró a la mujer, supo que algo no estaba bien. Su expresión había cambiado, y su mirada estaba llena de tristeza y rabia.

La mujer soltó su mano, la habitación se tornó fría y alejándose en lo oscuro, desapareció. Samuel se quedó solo en la habitación, aturdido y confundido, junto a la gran pintura que de pronto dejó de quemarlo.

Samuel nunca volvió a ver a la hermosa mujer, ni tampoco pudo explicar lo que había sucedido esa noche. Una mansión oscura, maderas chillantes, una ventana rota, la luna y una pintura de Rothko fueron los testigos de aquel momento que superaba su comprensión. Relato esto como un cuento pero de verdad pasó, Samuel era mi padre y estoy escribiendo esto mientras veo cómo se subasta aquella gran pintura por orden de él, quien en una carta luego de tratar de explicar todo lo que sucedió ese día y sin explicar porque deseaba subastar la obra, en su lecho de muerte solo menciono las siguiente oración: "Su vestido fue lo último que vi, el momento exacto en que el rojo se disolvía en el negro."

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