Autobiografía
Cuando vine a vivir a Buenos Aires en marzo de 2018 desde Venezuela, alquilé una habitación en un hostal en la Av. San Juan, muy cerca de San Telmo y de la línea C, aquella que durante un tiempo sería mi laberinto privado donde subía y bajaba intentando comprender el funcionamiento de sus estaciones y conexiones. Estaba adaptándome, el cruce cultural era agresivo, no entendía un sinfín de cosas que en mi país natal eran totalmente diferentes. Migrar no es fácil, entendí en algún momento de una noche cálida de ese verano, mientras veía como seguían arribando a la ciudad centenares de migrantes cada día en busca de un futuro mejor, que se observaban al atravesar el umbral de aquella pequeña pensión vieja con familias completas, y que en tan solo 4 valijas de todos los tamaños contendrían el esfuerzo de todas sus vidas.
Provengo de una familia de clase media trabajadora que día a día despertaba temprano para ir a la abultada y caótica ciudad capitalina para realizar sus labores profesionales. Por lo tanto, dichosamente podría decir que nunca tuve necesidades más allá del capricho que como seres humanos muchas veces nos vemos codiciosamente atravesados. Sin embargo, salir de tu espacio común no es sencillo. El día que decides no volver, por más que tengas la más fuerte convicción, es un fantasma ambivalente que sale en las noches de soledad donde los pensamientos abundan opacando los abrazos calmos de Morfeo. Y es que abandonar al amor, aún estando enamorado, es como si renunciáramos a la esencia misma de nuestra existencia, a la luz que iluminaba nuestro camino y al latido que ponía en ritmo nuestros corazones diariamente.
Me encontraba dividido, viviendo dos vidas, donde mientras una aprendía que era el empezar de cero, su contrario intentaba adaptarse al cambio brusco de no encontrar refugio en el seno familiar que ahora se encontraba a miles de kilómetros. Aquella casa antigua era enorme, de múltiples pasillos y habitaciones que se extendían durante 3 pisos que durante el día se encontraban repletos de personas que entraban y salían sin cesar, pero que durante la noche se encontraban calmos, inmutables, silenciosos, incipientes del camino que le deparaba aquel tumulto de individuos; y en el medio me encontraba yo, que al igual que ellos desconocía mi último destino.
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